17 abril 2012

El Arte del Cabo





En la época donde no había televisión ni centros comerciales, ¿Qué hacían las personas como tú y yo? ¿Cuáles actividades ocupaban su día para mantenerse ocupados? Vivo fascinado con viajar en el tiempo, por lo que cuando tengo la oportunidad de hacerlo, así hago.

El pasado domingo, monté nuevamente el DeLorean y al acelerar hasta 88 millas por hora, pude llegar a la mitad del siglo pasado. El portal temporal abrió en San Lorenzo, montaña adentro. Las escasés del tendido eléctrico y automóviles fue lo primero que pude notar. Al esconder mi vehículo detrás de unos árboles, vi una humilde casa de madera, cuyos habitantes, igualmente humildes, me invitaron a dispararle piedras a un Pitirre, pues era hora de almorzar y hacía hambre. "¿Pitirre?" pegunté, "¿Por qué no mejor una gallina?" me miraron con cara de teléfono ocupado y me dijeron "las gallinas son para ocasiones especiales".

Mientras sacaba pedacitos de carne de Pitirre de entre mis muelas laterales, un jíbaro de piel tostada y con cara de piedra, se acercó a uno de mis nuevos amigos, y le entregó un machete cuyo cabo estaba hecho trizas. De seguro aquel hombre de brazos de acero le había sacado el vivir a aquel pedazito de madera que sujetaba aquella resplandeciente hoja de acero en aquel sol Samaritano.



Néstor extendió su mano, y en ellas, aquel trabajador puertorriqueño, colocó dos monedas de 25¢. Esta vez el sonido de teléfono ocupado provino de mí. Me acerqué a Néstor y le dije: "¿Que quería ese hombre? ¿Pa' qué son los 50 chavos?" antes que me contestara, Edwin sacó la Pomarrosa de charca de su boca y me dijo "mi hermano arregla cabos de machete". Recordé que Masso y Home Depot no existían aún y estuve pendiente a ver cómo esta situación simple, para alguien del futuro, era resuelta por alguien de ese presente.



En el Batey de la casa de mis dos nuevos amigos, habían numerosos tipos de árboles, pero fue del Guayabo que Néstor arrebató un canto con su "mocho" y lo puso a secar. Dejándolo allí, fuimos al riachuelo vecino, para buscar agua en latas parecidas a las de galletas export sodas. Casilda, la madre de mis amigos había mandado a los muchachos justo antes de mi llegada.  Como ya teníamos la barriga llena y el pedazo de guayabo tenía que secarse, contábamos con un poco de tiempo para la búsqueda del líquido que en el 2012, con solo voltear una llave en el lavamanos, dejamos desperdiciar onzas del cristalino líquido de vida. Millas y pequeques en mis medias más tarde, los "canes" de agua estaban en la cocina de Casilda y Néstor ya tenía su "mocho" al descubierto y pelaba el trozo de Guayabo. Se me hizo gracioso como con un machete se arreglaba el cabo del otro.



Luego de darle forma, Néstor hizo la ranura donde iría la hoja del filoso metal. Le mostró la madera al mango de metal y con su lápiz de la escuela dibujó los tres orificios sobre la madera. Con mucha habilidad, deslizó el acero entre cada cara de guayabo y sacó unos clavos fuertes que guardaba para una ocasión como esta. El martillo gritaba de dolor con cada cantazo que daba sobre la cabeza de aquellos clavos. La agonía finalizó cuando ya los clavos habían traspasado de lado a lado. Para que no cortara la mano del dueño, Néstor buscó otro martilló un poco diferente, cuya cabeza era redonda y martillo hasta poner botos y expandir cada lado de los clavos. Con su paciencia y manos hábiles fue golpeando su labor hasta que metal y madera se unieron en matrimonio santo. Solo la muerte podría separar los talentos que ví allí.



Bromeando, le comenté a Néstor que esto era una pérdida de tiempo. Que con el tiempo todo este trabajo que estaba pasando sería sólo trabajo para artesanos, las máquinas le ganarían al empleo que poseía. Su rostro cambió y entró a su casa. Temí haber ofendido a mi amigo. Su hermano parecía estar tranquilo, pero no me quitó los ojos de encima. Sonreí a Edwin y haciéndome gestos para que me volteara, replicó: "ahora es que se pone bueno" cuando miré, la sangre desapareció de mi cara. Néstor había salido con una botella de cristal vacía, la cual golpeó contra una de las paredes de madera y rompió. De seguro lo había ofendido. Ya no era duda, pero su ruta no era hacia mí, sino al tronco donde se sentaba a trabajar. Tomó uno de los vidrios que la botella soltó, y con su santa pasciencia frotó su cortante superficie sobre el guayabo. Una y otra vez, hasta que aquel pedazo de madera estaba tan liso como mis manos de adulto del futuro criado en la ciudad. Me avergonzé de mi mismo.

Varias horas después de haber inicidado su trabajo, el Jíbaro regresó cargando algunos trozos de caña. Se los dió a los hermanos y al recoger su machete, le agradeció a Nestor por su excelente trabajo. Por mi parte, sentí ganas de arrebatarle aquel trabajoso mango que daba fé de lo que sería un hombre trabajador. Aquel machete era digno de exponer en algún museo, pero su amo lo necesitaba para cortar la caña con la que sostenía y proveía a sus 8 hijos y esposa. Aquellos fueron los 50¢ mejores ganados que nunca ví.



Ahora con mayor respeto hacia mis Boricuas del pasado, destapé mi DeLorean y regresé a mi fecha. Al encontrarme con el Néstor de mi tiempo, le estreché la mano y sólo pude decirle: "Usted es un artista"





Rick Lipsett es fundador, editor y artista de UNDOdigital; colectivo/comunidad de Artistas Digitales Puertorriqueños. Fanático de blogs y redes sociales. Creador de DaddyKnows; tirilla cómica dominical en PapáHeroes. Encuéntralo en Twitter como: @ricklipsett.

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