7/19/2011
Rick Lipsett
4am. Mis ojos no quieren funcionar. Unas nubecitas me empañan la vista y lo único que puedo hacer es estrujarme los ojos un poco y ponerme los espejuelos. Mi "antigua" Apple iBook del 2004 me espera como es ya costumbre: encendida con Illustrator, Photoshop, Mail y iTunes encendido.
Me senté y casi se prende sola "Latinoamérica" de Calle 13. La tengo quemá. De prisa, abrí un documento que la noche anterior me había invitado a crear. Continué dándole mi 195 porciento. El otro 5% aún pensaba en la cama cómoda que había dejado atrás.
Dos horas más tarde, mi mente aún maquinaba en lo que había dejado sin terminar, mientras tragaba un sorbo caliente del elixir de la vida. Si no fuese por ese jugo negro que bebo con frecuencia, la cama que aún está presente en mi recuerdo estaría acariciándome con más frecuencia. Cosquillitas me subieron y me bajaron al recordar la cama. Creo que estoy enamorado.
John Williams con su fanfarria de Supermán, me recordó que, nuevamente voy tarde. Los "pancakes" me los devoré como almuerzo de oficina; loco por salir a ver la luz del sol. En cuestión de segundos, el voraz sonido del motor de mi vehículo ahogaba el lindo susurro de una mañana que comienza. Medio día ya, para mi reloj biológico.
Luego de envidiar a mis niños, que les espera otro día junto a sus amigos, me dirigí al tapón seguro matutino escuchando a Rubén Sánchez, como regañaba a los inescrupulosos que dicen ser nuestros líderes.
El día pasó como celaje. Las malas actitudes, regaños, gritería, malas palabras y bofetás se fueron tan rápido como vinieron. Esas casi doce horas encerrado en cuatro paredes, termino para encerrarme nuevamente en mi vehículo que voló hasta mi hogar, para encerrarme en otras cuatro paredes.
El recibimiento de mis más preciados regalos, le quitaron la punta a la lanza que llevaba clavada en la espalda. Un compartir diminuto, con comida y tacita de café incluída sirve de tarjeta que se poncha para comenzar la jornada. Me recuerdo de mi cama, y me entran celos de cabrón que le acaban de hacer un cuerno. Mitad de mi vida descansa felizmente, mientras mi tercer turno comienza.
Horas llenas de inspiración y creatividad libre vuelan por lo alto y traen frutos inesperados. Casi igual a la madrugada de ayer, que mientras peleaba con las nubecitas de mis ojos, creaciones impresionantes aparecían en la vieja pantalla de mi amiga, la blanquita computadora del 2004. Se me olvidó la cama. Le pagué su traición con la mía. Esa noche decidí que el sueño no sería mi rival. Lo vencería y terminaría todo sin titubear. El golpe del teclado en la frente, me recordó que no soy Supermán. Debía recargar baterías.
Me introduje silenciosamente en mi amante. Le besé la frente a mi otra parte y me apagué la computadora. En lo que cerré los ojos, Frank comenzó a cantarme una canción de amor. La misma que la madrugada anterior susurró. El agua fría en mi cara aclaró un poco la neblina de mi vista. Eran las 4am y momento de comenzar a laborar. Mi coraje era evidente. Maldije el momento en que me enamoré de aquella cama y empecé mi primer turno nuevamente.
Mis dedos no reaccionaban con la velocidad acostumbrada. Illustrator se burlaba de mí, pues no recordaba los atajos para producir más rápido. Una niña hermosa vino luego a besarme, sin reconocerla le pregunté: ¿Qué haces aquí? Fue lo único que pude decir. Miré mi pantalla y sentí pavor, al ver que desde que me senté habían pasado más tiempo del correcto. Ese ocho, dos puntos, cero y cero me advirtieron que llegaría tarde. ¡John Williams había olvidado su fanfarria! La niña me miró con cara de teléfono ocupado y al ver mi confusión, sólo me dijo: "Papi, hoy es sábado". Sabia, la hija que tengo.
Una risotada maniaca salió por mi boca. Me tapé de inmediato los labios y le dije : "shh" a la niña extraña. La cama me dio la bienvenida. Me introduje y dormí profundo. Casi como un muerto que no tiene por qué despertar más.
Shut Down y off a la batería, había llegado el descanso merecido.
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